Relegar nuestra persona puede venir como consecuencia de la complacencia, peo no es exclusiva de ella. Es verdad que cada día la vida se vuelve más demandante, las familias requieren de más cuidado par fructificar, los empleos requieren una capacidad de adaptación más radical que hace años. Los mismos medios de comunicación y la velocidad de acceso a la información hacen en nosotros la necesidad de mejorar en el día a día. El problema es que dejamos de escuchar a nuestro propio y cuerpo, nos cegamos a las señales que para otros serían obvias y hacemos caso omiso comprometiendo nuestra integridad.
Basar nuestro éxito en cualquier plano dejando de atender las necesidades de cuerpo y mente es la manera tan común de caer en la relegación; usamos o mejor dicho abusamos de nuestro cuerpo y de la capacidad de muestra mente par obtener nuestras metas. Dejar de comer a nuestras horas y de forma saludable, dormir por menos horas que las que requiere el cuerpo para recuperarse, evitar el entretenimiento y la relajación con actividades diversas por considerarlas desperdicio de tiempo; esas son solo algunas de las rutas que tomamos en el camino a la negligencia. Es muy deseable poder cumplir nuestros sueños, alcanzar nuestras metas, retarnos a nosotros mismos pero no a costa de nuestra propia seguridad o sanidad mental.
Hagamos penitencia en este pecado, primero que nada prometiéndonos a nosotros mismos que haremos lo mejor que podamos para lograr nuestros objetivos de vida sin atentar contra nosotros mismos. Es importante dejar en claro que podemos exigirnos cada día ser mejores pero siempre y cuando no sea motivo para olvidarnos a nosotros mismos. La organización de la vida consiste en balance; tiempo para trabajar, tiempo para descansar, tiempo para uno mismo, esa es la clave de todo. Conseguir un balance puede no ser sencillo pero es de importancia vital. Para tener una vida plena debemos estar en óptimas condiciones mentales, emocionales y físicas.