En cada casa al menos una vez en la vida, o varias, hemos comprado artículos que ofrecen ser la solución a los problemas, mismos que son bárbaramente eficaces que podríamos chasquear los dedo y en ese lapso resolver el problema que nos aqueja. Infinidad de productos enfocados a varias áreas o padecimientos, incluso anhelos. Desde el aparato de ejercicio que nos convertirá en el centro de las miradas al moldear nuestro cuerpo mejor que si fuéramos modelos de revista; pasando por el accesorio de cocina que hará que cocinar sea tan sencillo y rápido que nunca más comeremos algo congelado o comprado en alguna fonda. Todas esas son promesas bien planeadas por un grupo de mercadólogos o individuos que hacen de la mercadotecnia su forma de vida; pero al final no son más que promesas rotas.

La parte triste viene después, ni somos más guapos, ni más esbeltos, ni más expertos, ni tenemos más tiempo, pero lo que seguramente si tenemos es un montón de basura acumulada por la casa que sirve solo para ocupar espacio en gabinetes, armarios o que termina por ser el lugar ideal para colgar las toallas húmedas y la ropa que no pusimos de vuelta en el clóset después de decidir que no cabemos más en esa talla.

La vida es una promesa en sí, pero es una promesa que solo se alcanza con esfuerzo y dedicación no por el pase de una vara mágica que resuelve todo. La vida no tiene hadas madrinas cantando “Bibidibabidibú” y aunque te duela reconocer tampoco el  “Como lo miró en su tele” tampoco. Esas son promesas huecas, rotas desde el momento que se profirieron. No hay soluciones mágicas y si hay soluciones que funcionan con trabajo.

Al final de cuentas la frustración, el fracaso, el habernos visto la cara tiene una consecuencia peor que el conservar esos que no funcionó. Conlleva que nos aferramos más a algo, no queremos botarlo porque significa nuestra ignorancia por un lado y nuestra ingenuidad y deseo de creer que hay modos fáciles para hacer las cosas. Tenemos espacio valioso ocupado por cosas inservibles y que en muchos casos cuantifican varios años de no ser siquiera movidos de lugar, como si fuera un monumento al fracaso que somos.

Basta no somos fracasados, somos seres humanos que tenemos esperanza y que con esa esperanza y nuestra pereza somos embaucados por prometedores artículos, pero llega el momento de dejar ir, soltar los brazos, dejar las presiones atrás y dejar con ellas los fallos cometidos. Si queremos cambios deben costarnos trabajo de otro modo no los apreciamos, por eso debemos deshacernos de esos bastiones que solo causan dolor o remordimiento, a mandar a volar la bicicleta llena de polvo que se sitúa en el centro de la habitación. Si nunca fuimos buenos para montarla y llevar una vida más ejercitada es momento de aceptarlo y seguir adelante, fuera lastres. Conforme sacas a la calle la bicicleta te darás cuentas que es más sencillo deshacerte de todo aquello que ya no disfrutas, que ya no funciona, que nunca sirvió y que no tiene porque estresarte en tu presente.