La palabra ocupado es una de las más utilizadas en nuestro lenguaje sobre todo laboralmente hablando, es hasta cierto punto normal debido a que vivimos en un mundo cada vez más acelerado dónde poco tiempo queda para dejar suelto y nos hacemos adictos a la “ocupación”. No es malo tener ocupación, hacer algo, pero es peligroso caer en la “ocupación” o la acción de encontrarnos ocupados todo el tiempo, todos los días, a todas horas.

El peligro radica en que así como podemos desarrollar un gusto exacerbado por la nicotina, la adrenalina, la cafeína, etc., sentirnos ocupados sin momento para respirar se vuelve el oxígeno que nos mueve a desenvolvernos en las actividades de la vida diaria, llegando a sentir culpa por eso pequeños minutos que dejamos de hacer algo o más grave aún por esos días que se supone debemos descansar del trabajo o que debiéramos emplear para vacacionar.

Sentimos que si dejamos las manos quietas sin tocar el teclado formulando hojas de contabilidad, estamos faltando a nuestra responsabilidad y empezamos a experimentar culpas. O que si no corremos en auto de un lado a otro de la ciudad para conseguir los insumos de un proceso caeremos en una desgracia de proporciones apocalípticas. A veces demeritamos nuestra autoestima flagelándonos porque de las 14 cosas que teníamos que hacer en el día hicimos 16 y nos sobraron 5 minutos que empleamos para tomar una bebida caliente. Nuestro sentimiento de culpa escala a niveles insospechados.

Si bien la vida es demandante especialmente viviendo en ciudades enormes como las de la época moderna, es de suma importancia aprender a valorar el tiempo libre y aprender con ello a delimitar espacio físico y mental de las obligaciones varias, oficina, casa, familia. No se puede brindar lo mejor de nosotros y nuestras cualidades en esos ámbitos si no dejamos la obligación laboral al salir de la puerta del lugar de trabajo. Tampoco podemos tener un rendimiento favorable si nos olvidamos de que debemos disfrutar el tiempo en familia y hasta los momentos en que no hacemos nada. Tenemos que mantener a raya la imperiosa necesidad de esa adicción a la “ocupación”

Nuestra existencia debe ser un balance muy fino entre todas las actividades que nos compelen, el fallar en ese balance nos conduce a situaciones de estrés, derivando en situaciones que afectan nuestras relaciones personales y la manera como nos percibimos emocionalmente. No podemos desentendernos de la vida moderna eso es cierto pero si podemos establecer los límites que nos hagan sentirnos con plenitud y comunión con lo que hacemos y con quienes interactuamos. Usemos sabiamente la palabra “Ocupado” y cautelosamente la frase “No molestar”