Apegos y desorganización es una alianza muy común y al mismo tiempo muy resiliente. Reconocerla es el primer paso para su disolución.
Siguiendo con los fascículos fascinantes relacionados con los factores que contribuyen a la desorganización, toca el turno a los apegos. Íntimamente relacionados, apegos y desorganización son una dupla interesante. La raza humana establece vínculos peculiares con sus posesiones. Estos vínculos pueden ser tan fuertes que impiden a la persona liberarlos. Esto trae en algunas ocasiones la tarifa de conservar las cosas más allá de que haber cumplido un propósito real en nuestra vida. Ahora, no todos los apegos son iguales, la base de la que parten difiere y dependiendo la persona hará que sea más difícil partir con ellos por las mismas razones por las que se aferra.
Razones sentimentales
Esta es la categoría más recurrente, al menos en mi experiencia. Sin excepción, todos establecemos ese lazo de conexión con cosas que nos traen buenas memorias. A veces, podemos también conectar pero a sentimientos desagradables. El caso es que siempre tendemos a dar un valor sentimental a lo que nos rodea. Las pertenencias nos recuerdan un momento, una relación, una emoción, una experiencia. Ahí es cuando le conferimos un cierto poder mágico de evocación. Claro, es una conexión real, basta recordar la simpatía táctil. Esta conexión cobra más poder al creer que si no tenemos el elemento tangible, la memoria con el tiempo se desvanecerá. El cerebro es una máquina tan perfecta que cura como en una exhibición, los elementos importantes de nuestra historia personal, con o sin objeto. Se vale tener piezas sentimentales, siempre que no demeriten nuestra calidad de vida.
Razones utilitarias
La utilidad de muchos objetos es innegable. Una buena parte de nuestras posesiones tienen un propósito claro. Puede ser la prenda que nos viste y protege del frío o la lluvia o el cuaderno que sirve para anotar las cosas importantes. Una herramienta que cincela piedra en nuestro pasatiempo de escultores, o la cafetera que infusa el café de nuestras mañanas. Junto con el valor utilitario es común que venga el valor monetario. Con esto, caer en un exceso de posesiones es cosa de un chasquido. Por si acaso, para un futuro, para no necesitar sin tener, frases procedentes del miedo a carecer. Que algo tenga una utilidad supuesta no hace razón suficiente más si no cumple con regularidad dicha utilidad. ¿Para qué tener tijeras de podar si no tengo jardín?
Razones intrínsecas
Son razones que tienen que están asociadas al objeto y que son parte del mismo. Valor de belleza, valor artístico, valor histórico, es decir, se trata de un valor que la pieza tiene independientemente de nuestra percepción emocional o de su uso. Estos pueden ser motivos para ser aprehensivos a soltar este tipo de posesiones. Como en todo lo que se descarta en organización, el destino es muy importante, quizá más en este tipo de objetos. Saber exactamente a dónde van a parar estas cosas ayuda a que haya menor reticencia a dejarlas ir dados sus valores intrínsecos.
Disolvamos los apegos y desorganización poniendo orden
Ni el precio más bajo es razón suficiente para comprar algo que no se requiere, ni el precio más alto pagado es razón para conservarlo. Así como la organización debe proveer calidad de vida y haciéndola más sencilla, los apegos no deben ser motivo para que algo se estanque en nuestra casa dificultando nuestra existencia, limitando nuestros espacios o exacerbando las preocupaciones. En cada una de las razones expuestas podríamos decir que la mejor técnica para disolver la pareja apegos y desorganización es cuestionarnos profundamente el para qué de conservar. ¿Es realmente benéfico tenerlas?, ¿nos aporta valor real?, ¿o solo no queremos hacer las paces con lo que fue? Te invito a cuestionarte.