Uno de los principales mitos en nuestra cultura consumista es el de que para ser un buen comprador hay que ser ese tipo de sujeto que siempre encuentra verdaderas gangas en las cosas que adquiere. Muchas de las ocasiones es ese mito el que lleva a que la gente pierda el control sobre las posesiones que almacena en casa. Un buen comprador dista mucho de ser aquel que encuentra buenos precios en las cosas y que por ende las compra. Un comprador que se quiera preciar de ser bueno, debe acompañar su sentido de compra con la inteligencia. Vamos por parte.
El mundo que habitamos o al menos los países de lo que conocemos como mundo occidental, tenemos algunas décadas inmersos en un sistema económico que no solo vanagloria el capitalismo sino que además le da más importancia al sujeto por su poder adquisitivo y no por sus cualidades como ser humano. Eso nos lleva a estar en una competencia constante con el vecino, con el hermano, con el amigo y especialmente con los enemigos o personas no gratas para posicionar nuestra capacidad de compra por encima de la de ellos. Así pues al entrar en esa carrera no cesamos en las odiosas comparaciones para ver quién compró el auto más caro, la casa más grande, quién el guardarropa más exclusivo o la tecnología de punta. Eso nos obliga a esforzarnos cada día más para poder ganar más dinero para poder gastar más dinero.
Al involucrarnos consciente o inconscientemente en la rueda del hámster que gira sin detenerse pero sin ir a ningún lado, empezamos a cuestionarnos si no habrá un modo más económico de tener todo sin gastar tanto. Ahí es cuando volteamos la mirada a las maravillosas gangas, aquellas que por un 30 o 40 porciento menos nos permitirá seguir compitiendo en una carrera que solo se detendrá el día que no tengamos más dinero que gastar o cuando estemos muertos. Nadie puede resistir la capacidad curativa contra una depresión de una prenda a mitad de precio, o la oferta en las torres del ahorro de un dos por uno.
Es así que terminamos comprando muchas cosas que no son necesarias, que están repetidas (principalmente en la despensa) o que jamás usaremos porque es un color y estilo que realmente no va con nuestra personalidad. ¿Por qué? Porque es una ganga, no podemos dejar pasarla, sería un pecado, una falta de sentido común, vamos una idiotez ignorar la oferta. Con el tiempo lejos de ahorrar acumulamos con las cosas el problema de dónde poner tanta basura.
Una compra inteligente será aquella que nos permite ahorrar dinero, pero que forzosamente implique que sea algo que tenga una verdadera utilidad. Debemos empezar a cuestionarnos sobre el verdadero valor de las cosas y sobre si estas nos dan o no una elevación de categoría en la valoración como seres humanos. Las cosas son cosas, la gente es más importante que las cosas. El auto es un vehículo de transporte no una declaración de calidad humana. La casa y su tamaño no definen el tamaño de nuestros sentimientos mucho menos la cualidad moral que como seres humanos le debemos a la comunidad que nos rodea.
No condeno el capitalismo, como comprador compulsivo en rehabilitación (esto es como el alcoholismo no se erradica solo se controla) vivo y disfruto ese sistema; lo que hago es hacer que mi valor como persona se defina por mis obras y acciones y no por el espesor de mi cartera o por la cantidad de tarjetas de crédito que porto. ¿Y tu cómo lo ves?