Que pecado más grande que pretender que la vida sea perfecta. La creación concebida como tal es perfecta, lo que los seres humanos hacemos dentro de ella es una imitación de ella, nuestras obras son perfectibles más nunca perfectas; de eso es de lo que se trata. El tratar de ser perfecto o de crear la perfección es lo que en la mayoría de las veces nos deja tirados en el camino llenos de rabia, desesperanza y frustración. Nos llena de angustia no poder llegar a la medida de nuestras fantasías excelsas y a sabiendas que no es apropiado seguimos insistiendo en ponernos metas absurdas. Alcanzar la perfección no es el objetivo de la organización, la organización no trata de ser perfecto o tener la casa perfecta o el clóset más bellamente organizado.

Piénsalo, tener por objetivo de organización que nuestros espacios parezcan de revista es sumamente pretencioso. No digo que no pueda hacerse, el problema no es hacerlo, el problema radica en mantenerlo. No creo que ninguno tengamos la capacidad y la entereza para llevar un orden preciso como de relojería suiza por 365 días del año todos los años de nuestra vida a partir del momento que hacemos el compromiso de organizarnos. De lo que si creo que tenemos la capacidad es de seguir un sistema; esos amigos es de lo que trata la organización, de la elaboración y puesta en marcha de sistemas que hagan nuestra existencia más placentera, más sencilla y más controlada, pero de ninguna manera la aspiración es ser perfecto.

¿Cómo ponemos fin a esta búsqueda insaciable de la perfección seguida por la frustración por el fracaso? Tan sencillo como dejar de ser nuestro peor crítico. Deja de lado la cacería de la perfección, busca mejor sistemas que hagan sentirte cómodo, sistemas que sean fáciles de seguir y que sean sencillos de adaptarse a los cambios que tu vida y su rutina experimentan con el paso del tiempo.