Tengo un amigo que tiene un problema, no sabe decir que no. Yo mismo en muchas ocasiones no se decir no. A primera vista puedes pensar ¿No es egoísta decir no? Pues no, no lo es. Resulta que este amigo mío, con su incapacidad para negarse a hacer las cosas, termina casi invariablemente metiéndose en una serie de complicaciones con sus allegados por no establecer claramente el hecho de que no siempre se puede o se quiere hacer todo, ocasionando con ello que varias actividades citas o eventos se le encimen una a otras en una avalancha de compromisos adquiridos por haber sido cortés y decir a todo que si. Las más de las veces me ha tocado ver como sufre genuinamente tratando de complacer a todos y como no lo consigue o lo hace a medias pasa que los que le han solicitado ayuda terminen molestos, regañándolo o siendo unos patanes al no agradecer en nada su esfuerzo.

 

En este caso tristemente, el de más culpar es mi propio amigo, pues sin tener esa necesidad de meterse en camisa de once varas lo hace por un malentendido sentido de la amistad, el deber, la lealtad. Para poder asistir a otra persona que necesita ayuda siempre deben de darse dos condiciones en quienes pretendemos otorgar el auxilio; una de ellas es el querer hacerlo y la segunda el poder hacerlos. A veces queremos ayudar pero no podemos, a veces podemos más no queremos, si no se cumplen ambas es seguro que si nos embarcamos en la aventura terminaremos con el barco hundido.

No hay que sentirse egoísta por decir que no, hay que ser muy objetivos porque el tiempo de que disponemos a lo largo de nuestro día se debe organizar para cumplir todas las obligaciones que tenemos, dedicar tiempo a nosotros, a nuestro cuerpo, a nuestra familia, a nuestro descanso y también a ayudar a nuestro prójimo. No podemos sin embargo, dilapidar nuestros tiempos etiquetados previamente a finalidades distintas a las planeadas porque provocaremos que todo nuestro sistema de organización colapse, recordemos siempre que no podemos hacer dos cosas a la vez ni estar en más de un sitio en cada momento.

La capacidad de saber decir que no, es una cualidad aprendida y que conlleva ejercitar la cortesía y los buenos modales, pues decir no, no tiene que estar reñido con una forma amable de decirlo y por qué no, hasta acompañarlo con una sonrisa. Si aprendemos a decir no, ya no tendremos que hacernos cargo de tareas que odiamos solo por el compromiso moral. Ya no sobrepondremos dos o mas citas o eventos en la agenda haciendo malabares con el tiempo y los desplazamientos. Ya no nos veremos forzados a desafiar la suerte queriendo aprender a hacer cosas que no podemos hacer sintiendo una mezcla de frustración y desesperanza por la posibilidad de fallar.

Claro, es bueno ayudar a los demás y tratar de elevar nuestras habilidades un peldaño más, pero debemos poner pies en tierra para saber hasta dónde podemos llegar y comprometernos con alguien sin alterar nuestros tiempo, nuestro sistema de organización y nuestro sanidad emocional.