Por lo regular todo mundo al llegar el mes de enero hace sus resoluciones para el nuevo año. Dejar de fumar, bajar de peso, leer más libros, cambiar de trabajo, terminar la escuela. Un sin fin de propósitos de toda índole se agolpan en las listas a veces sensatas, a veces disparatadas de todos. Pero no pasan ni dos meses del nuevo año y empezamos a ver como la buena intención que plagó esas listas comienza a diluirse cada vez más, del mismo modo como se diluye el café de refill de algunos restaurantes que yo conozco y no mencionaré, pues como cobran una taza solamente la calidad del producto es tan ligera que con dificulta pinta el agua en el va preparado.

Entonces, la falta de seguimiento a los propósitos termina por frustrarnos pues habíamos jurado cambiar los malos hábitos o cambiar de estilo de vida. Creo que el problema radica en dos aspectos principales. Uno es el mes en el que hacemos las promesas y dos el ridículo monto de propósitos a cumplir.

Enero de acuerdo al calendario gregoriano es el primero del año, con ello se asocia que al ir iniciando nuestro ánimo de mejoramiento se debe hacer presente al inicio para contrapuntear que en diciembre dejamos atrás doce meses de conductas no tan fieles a nuestras intenciones. Lo curioso es que si bien el calendario nos determina un inicio de ciclo, la naturaleza difiere de este inicio. En la naturaleza el inicio de actividades por decirlo de algún modo no empieza sino hasta la primavera que es bien entrado el mes de marzo (alrededor del 21). Astronómicamente se marca con el equinoccio de primavera, donde la noche es de la misma duración que el día. Entonces si la naturaleza nos dice que debemos calentar motores en marzo ¿Por qué seguimos con la idea de proponernos cambiar cuando estamos aún en el invierno? Invierno es el mes en que algunos animales hibernan, las plantas aún no florecen, la vida aún continúa aletargada. Podríamos empezar por cambiar esto y hacer nuestra lista de propósitos a cumplir, valedera a partir de la primavera, cuando la energía efervece y la naturaleza deja su letargo. Creo que si lo hiciéramos así podríamos contar con un incremento de la tasa de éxito. Yo lo haré así solo por cambiar.

El segundo aspecto es nuestra bella, numerosa y a veces chiflada lista de propósitos. Seamos primero que nada honestos con nosotros mismos. Vamos a resumir la lista en algo que no parezca listado para el supermercado. Mejor plantearnos uno, dos o quizás un tope de tres objetivos, para que sea más sencillo atacarlos y cumplirlos; yo optaría por dos  y cuando los alcance proponer otros dos más siempre de menor envergadura para aprovechar el paso del año natural. Mantener en todo momento el realismo sobre el alcance de los propósitos será clave para poder cumplimentarlos. Una lista de 20 propósitos de nada sirve si no se cumple ni uno solo. Debemos analizarlos y marcar al más prioritario y si ese requiere de mucha voluntad dejar ese solo propósito para no perder el foco de atención y duplicar o triplicar las oportunidades de éxito.

Al final de cuentas lo planteo como un ejercicio, lo peor que puede pasar es que nos hagamos renegados de hacer propósitos a la par de las uvas y campanadas, trasladando esa lista al momento en que vemos a las golondrinas regresar a sus nidos.