Pesimistas, realistas y hasta optimistas nos quejamos, unos más veces otros más calladamente. Pero hay personas que hacen casi un estilo de vida de la queja. No digo que hagan su modus vivendi de quejarse, tampoco dudo que algunos lo consigan; me refiero a que sabiéndolo o no gozan de la atención que atraen poniéndose en el papel de tiernos corderos que sufren como Precious, el personaje de la película del mismo nombre. ¿Confundido verdad? No se trata de quejarse de la política como mal social, del precio internacional del petróleo o del terrible momento de inseguridad por el que pasa nuestro país. Se trata de entender porque resulta cómodo ser la víctima de la vida y más aún, entender porque se encuentra gozo en inmolarse retratando una figura sombría para que los demás se sientan deseosos de tornarse en el rayo de sol que ilumine tanta desgracia.
En mi experiencia he tenido familiares, amigos y conocidos que adoptaron ese rol, muchos que por años lo han explotado y a lo mucho un par han entendido que auto compadecerse termina atrayendo más problemas que los que resuelve y retornaron a solo quejarse por cosas habituales como el clima. ¿Cómo opera pues la autocompasión y la queja inflictiva?
Pereza. Los seres humanos tenemos un comportamiento similar a las leyes de la física, más en concreto a la inercia que nos mantiene haciendo lo que hacemos y nos previene de modificar el estado de movimiento o reposo. Cuando un muro detiene nuestro movimiento natural entra a jugar con nuestra mente la inercia de pensamiento, sobre todo cuando el suceso ha sido traumático; ese trauma nos lleva a tener una especie de duelo y cuando lo prolongamos terminamos creyendo que la vida la tiene contra nosotros. Entonces no queremos modificar la situación porque sentimos pereza, mejor quedarnos así pues resulta cómodo.
Atención. De nuestro constante duelo, de nuestro deseo de ser percibidos como víctimas de la situación, sobreviene la atención de los seres queridos, a veces hasta de extraños, eso sirve solo para avivar la llama. De manera consciente o inconsciente lo disfrutamos pues resulta reconfortante, así que seguimos en la queja eterna de lo mal que nos trata el amor, de lo mal pagado de nuestro trabajo, de como no encontramos uno, etc. Cada quejoso agarra su propio tema y se aferra a él.
Confort. De la atención viene el confort, me siento bien porque me siento mal es el estribillo de la canción. Pero hay unas notas perdidas en la melodía, me siento bien porque al sentirme mal, la gente me mira desvalido, al percibirme de tal modo, la gente trata de ayudarme porque les importo o porque tienen un buen corazón y odian el sufrimiento, de ese modo me apapachan y me dan lo que necesito y yo no quiero hacer por conseguir, sea dinero, cariño, protección, etc. ¿Verdad que la melodía es más desagradable?
Miedo. En buena medida todo viene provocado por el miedo. La vida es una enorme y escabrosa montaña rusa, con subidas lentas, con bajadas violentas, con vistas preciosas al llegar a la cima y con fondos deprimentes cuando golpeas el piso. Es atemorizante, pero es igual de gratificante si te animas a subir al juego. Por ello el miedo no debe paralizar, debe ser constructivo, debe ser el combustible que te impulse, si te quedas quieto el miedo te atrapa, si corres el miedo no te alcanza.
Si tu encajas en los quejosos o tienes un ser querido que lo hace, no caigas en la tentación de las palmaditas en el hombro. Eso no es ayudar, ayudar es hablar las cosas de manera directa o afrontarlas de frente, es amor duro, pero en situaciones como esta es, lo único que hace romper los círculos viciosos. Si es tu conocido y no lo entiende, da un paso atrás por tu propia sanidad mental. Si eres tu, haz la conexión no sigas hundido por gusto.