El conocimiento lo adquirimos con el correr de la vida, tristemente en ocasiones hay gente que no valora esta cualidad aprendida y tratan de demeritarla.
Un relato muy interesante acerca de cómo el conocimiento debe ser valorado, circula en redes, y seguramente mucho antes de ellas, ya se contaba de boca en boca. Es un relato que puede abrirnos los ojos, especialmente a aquellos que vivimos de prestar un servicio. La razón se debe a que cuando proveemos un servicio, se suele cuestionar el costo del mismo, al fin y al cabo no es como vender un kilo de cebollas, un ramo de flores o una blusa de algodón. Al no tener un referente físico y tangible, los servicios se vuelven bienes que solo aquellos que saben lo que cuesta conseguir el conocimiento entienden. Esos que saben el arduo trabajo que se requiere hacer para conocer algo, son los que jamás harían una grosería a un proveedor de servicios lo que su trabajo se cotiza. Además el relato es muy bueno para contar a jóvenes y niños ahora que ya ha empezado el nuevo ciclo escolar, porque es importante hacerles ver la importancia de respetar el trabajo de otros y darse a respetar cuando el tiempo les llegue de ofrecer sus servicios, recuerden que todo conocimiento en la vida es importante valorarlo y reproducirlo.
Cierta ocasión…
en una empresa, una de sus maquinarias presentaba fallas. El gerente tener conocimiento de que se trataba de un equipo que estaba valuado en cientos de miles de dólares, sabía la importancia de traer a un experto que pudiera reparar la falla. Así fue como se llamó a un ingeniero bien versado y con conocimiento de ese tipo de maquinarias.
El ingeniero contempló por un momento la pieza de maquinaria, moviendo algunas piezas de la misma simplemente asintió para sí mismo con la cabeza al tiempo que murmuraba algo. Cortó la corriente que alimentaba la máquina. Hecho esto tomó un destornillador de su caja de herramienta, con el que dio una vuelta y media a un pequeñísimo tornillo. Encendió la corriente de la máquina e hizo todas las comprobaciones para corroborar que ya trabajaba perfectamente.
El gerente de la empresa, no cabía de felicidad porque evitarían retrasos de producción y una avería irreparable. En ese momento se ofreció a pagarle la cuenta al ingeniero para realizarle el pago.
-¿Cuánto le debo? – preguntó
– Son mil dólares, si me hace el favor.
– ¡¿Mil dólares?! ¿Mil dólares por unos minutos de trabajo? ¿Mil dólares por apretar un simple tornillito? ¡Entiendo que esta maquinaría cuesta cientos de miles de dólares, pero la cantidad que usted pretende es un disparate, es terriblemente alta para lo que le ha hecho. La única manera en que puedo pagarle semejante suma es que me mande la factura de sus servicios donde se detalle clara y justificadamente su labor.
El ingeniero de manera calmada sacudió la cabeza de manera afirmativa y dejó la fábrica.
A la mañana siguiente fue entregada la factura al gerente quién después de leerla cuidadosamente, procedió a elaborar el cheque para que fuera pagada sin demora.
La factura decía:
Servicios prestados:Apretar un tornillo
1 dólar
Saber qué tornillo apretar
999 dólares
Total
1,000 dólares
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De ese modo podemos entender un poco mejor el valor real del conocimiento. El conocimiento es un bien, que aunque en apariencia es intangible y no tiene medida determinada, es en realidad lo que permite, lo que repara, lo que ayuda, lo que evita, lo que provoca su verdadera medida. El conocimiento entonces será tan valioso como los beneficios que provea. Claro hay personas que aun dudarán de ese valor y por tanto de su precio, pero debemos entender que se cobra por lo que se sabe, no necesariamente por lo que se hace, pues no se trata de bienes de consumo.