Estar en contra de deshacerse es conducta natural que depende del momento que vive cada persona para realizar cambios. En cualquier caso que no sea egoísmo.
No todo es miel sobre hojuelas en el campo de la organización. Hay personas que si bien abrazan las técnicas como las que por tres años les presento, hay otras simplemente darán la vuelta a tal situación. Los unos aceptan los beneficios de tener una vida más simple, los otros más allá de considerarlos, simplemente no quieren saber de nada que tenga que ver con deshacerse de sus posesiones.
¿Hay Pecado En No Querer Deshacerse De Las Cosas?
Claro que no hay pecado, menos sentimientos adversos. De lo que he aprendido con la organización y con otras disciplinas que involucran al ser humano, sus emociones, sentimientos y la manera como cada uno percibe la vida; es que no se puede forzar a nadie a tomar decisiones, en contra o a favor de determinada situación. Esto no obstante que se vean claramente los beneficios, como en el caso de organizar y deshacerse de excedentes, para una vida más simple. Cada individuo debe hacer un ejercicio de introspección en el que valore su proyecto de vida, lo que quiere que sea, el momento actual y si hay o no divergencias entre lo que se tiene y lo que se quiere.
Los tiempos son esenciales, y me refiero al momento idóneo, no a los minutos que pasen en el proceso de tomar decisiones. Pedro tendrá un momento muy diferente del de Claudia, el de ella a su vez diferirá poco o mucho del de María. En tanatología he aprendido a reconocer si es el momento de alguien para tomar o no un giro en su vida. Cuando el momento es idóneo, el cambio viene con mayor facilidad. Cuando el momento personal es adverso, todo intento de cambiar, se verá aderezado con miedos, dudas, enojos, provocando cerrazón.
No Me Desharé De Mis Cosas.
La razón de escribir este artículo surge de una publicación realizada en el New York Times en el mes de mayo. Esta se titulaba el Celebremos el Arte del Abarrotamiento (Let’s Celebrate The Art Of Clutter) donde Dominique Browning, hacía mención que en estos tiempos vivimos obsesionados con la culpa a poseer cosas, y estamos en constante lucha entre el deseo de adquirir y el de deshacernos de las pertenencias. Es una especie de grito contra los que por el contrario, celebramos el arte de dejar ir. La autora transmite su angustia y enojo a que siempre hay quien esté diciendo que hay que reducir, donar, eliminar cosas de la casa. Browning menciona que al acumular cosas lo que hacemos es celebrar al ceramista que hizo una pieza, al pintor que realizó un cuadro, al escritor que sentó frente a un escritorio para darnos un libro. Todo eso está muy bien. De hecho, claro que hay que celebrar la vida y lo bello que nos otorga.
Lo que la autora del artículo no menciona, pero que deja entrever por sus palabras, es que ella está perfectamente feliz con lo que tiene y la manera cómo llena su hogar. También se refiere exclusivamente a objetos que caen en la categoría de arte, artesanía y antigüedades. Eso hace para mí una enorme diferencia, pues no menciona objetos de uso cotidiano. No habla de las 80 tazas o platos que acumulamos que han quedado huérfanos de vajillas perdidas en el tiempo y que se compraron en baratas de tiendas de autoservicio.
El Peligro Real
Nada hay de malo en querer conservar las cosas que tenemos. De verdad que no. Esto siempre que nosotros poseamos a las cosas y no al revés. Mientras no consumamos nuestra vida en conservarlas o ellas hagan de nuestra casa un sendero de obstáculos y no se ajusten a nuestra visión de vida, estamos en buen término con las pertenencias. No hay necesidad entonces de deshacerse de ellas.
Un punto en el que yo no concuerdo con Browning, es en el concepto de heredar a la fuerza sus pertenencias a los hijos y dejarles instrucciones de por qué no deberán deshacerse de ellas en el futuro. Que de ser necesario deberían pagar servicios de almacenaje, porque eventualmente con la edad, ellos se darán cuenta que también necesitarán de esas cosas para enriquecer su vida. Creo que esta postura es además de egoísta dictatorial.
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El valor sentimental que aplicamos a un objeto depende única y exclusivamente de cada uno. El costo de las cosas o su valor de reventa podrá estar establecido por el mercado. En cualquier caso, el valor real que un objeto tiene, depende de cada individuo y sus circunstancias. De nada me sirve un tazón de oro si no tengo comida que ponerle dentro; en tal caso, el oro demerita su valor de mercado porque a mí no me alimenta. En resumen, una persona puede aferrarse a sus pertenencias, sean o no problema de vida, porque no es su momento para un cambio. El peligro viene, cuando esa persona quiere que otra mire la vida y a las cosas como ella, ahí mis queridos lectores empezaríamos a vivir una vida que no es la nuestra.